miércoles, 15 de febrero de 2012

3.


No vales la pena como mujer. Eres demasiado delgada, sin chiste, pálida, dentona. Esas son las palabras que mi madre grita a través de la puerta. Me cubro los oídos fuertemente, aprieto los ojos y siento las pesadas lágrimas correr por mi rostro. Procuro no hacer ruido: No quiero que se entere de que me ha hecho llorar. Me prometí quitarle esa satisfacción desde hace muchos años. Ella me culpa de todo, desde haber nacido y arrebatarle su figura, hasta de haber perdido el amor de mi padre. Veo el rencor en sus ojos, el desprecio, las ganas de lastimarme.  

Debo confesar que un día le di una bofetada. Se encontraba en el suelo, ebria, amenazando con suicidarse, cuchillo en mano. Mi hermano y yo gritábamos que guardara la calma. Solo el golpe la hizo reaccionar. Me miró con un profundo vacío y se quedó dormida. Nunca hablamos al respecto, nunca hablamos de nada. Pero esto que pasó, jamás me lo ha reclamado.

Sé de una situación que nunca me va a perdonar. Durante mucho tiempo fui voluntaria en la sierra Chinantéca de Oaxaca, lugar hermoso con gente maravillosa pero con muy pocos recursos. Hay refresco de cola pero no hay teléfono. Y hace tres años, mientras me encontraba allá, mamá se enfermó y la operaron de emergencia. Regresé cuando ya se encontraba bien. Recuerdo que al entrar me recibió una taza de café volando sobre mi cabeza. ¡Ingrata, mala hija! La oí gritar. ¡Me operaron, estuve muy enferma y no te importó!

Me hubiera gustado estar con ella, pero no había nada que pudiera hacer. Estaba incomunicada. Mamá a cada oportunidad saca esto a colación. Sabe que me hace sentir mal no haber estado para cuidarla, como ella lo estuvo para mí en los malos días de infancia.
A pesar de todo, la quiero y procuro. Hoy en la madrugada fui a abrigarla porque hacía un frío intenso. Lo bueno es que su sueño es pesado y no se dio cuenta del gesto. De otro modo, me habría reclamado por despertarla.

Recuerdo que, unos años atrás, me sentía orgullosa de decir que ella era mi mejor amiga, que podía contarle todo, que nunca usaría los conocimientos que tenía sobre mí, para lastimarme.
Pero qué equivocada estaba. Quien más nos conoce es quien más daño puede hacernos. Precisamente por esto, sé que no me gusta formar lazos afectivos con otras personas. Me niego a ser usada y pisoteada solo por abrir mi corazón.

2 comentarios:

  1. ¡Excelente y conmovedora entrada! Además, muy bien escrita. ¡Felicidades!

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  2. Quien mejor que tu propia familia para romperte la madre... y que mejor forma de salir a flote, sin que nadie se de cuenta.

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