domingo, 26 de febrero de 2012

5.


Me he dado cuenta de la complejidad de las relaciones humanas. Es muy fácil iniciar una conexión, pero resulta muy difícil mantenerla. Miro hacia atrás y recuerdo a las personas que han entrado a mi vida. Todas se han ido.

Durante mucho tiempo creí que ellas se alejaban porque estaban avanzando, que yo había caído en  una especie de pantano. Después de muchas noches de desvelo y  trabajo de introspección, descubrí que eran ellas las que se habían rezagado. Se conformaron con lo que tenían enfrente, con lo que conocían. Ya no se preocupaban por aprender, por trascender. Empezaron a vivir cómodamente.

Fue cuando me volví persona non grata para muchos. Me convertí en la amiga desorientada, aquella que experimentaba, cuestionaba y callaba cuando todos reían. Poco a poco me fui apartando. Tengo conocimiento de que muchos de ellos siguen frecuentándose. A veces me pongo a pensar si recuerdan cuando éramos amigos. O si se preguntan por qué ellos están en donde están y yo no. Luego sacudo la cabeza y disipo todo pensamiento nostálgico. Cae sobre mí una verdad: todos somos presa fácil del olvido. En la actual “sociedad líquida”, como la llama Zygmunt Bauman, los vínculos humanos se han debilitado. Incluso aquellos que creemos necesarios, como los sanguíneos, han pasado a ser prescindibles.

Soy consciente de que la soledad es una condición humana. Pero, aún así, hay días en que no puedo soportar el vacío. Días en los que siento un vértigo estancado en las entrañas. Días como hoy, uno más de tantos, en los que decido tirarme al suelo por horas. No quiero que nadie me llame por teléfono, que nadie toque a mi puerta. Quiero estar aquí, conmigo: sin ruido ni sonrisas falsas, sin abrazos desabridos o regalos forzados. Exijo paz en mi aislamiento. Voy a pensar. No en quién soy, sino en lo que tengo que hacer, para ser quien quiero ser. Me siento con ganas de nacer de nuevo y soltar los pormenores del pasado, porque aquello que fui el año anterior, no quiero serlo este.

Tal vez ha llegado el momento de enfrentar mis temores, de enamorarme o buscarme un amigo. Tal vez corra el riesgo de construir algo aún sabiendo que va a terminar. Aunque, pensándolo bien, ¿a quién quiero engañar? No creo tener la capacidad de abrirme por completo. Me conozco demasiado, también el contexto bajo el cual me he formado. Soy peligrosa y no quiero causar daño, no hoy, porque un día igual a este, hace 23 años, vi por primera vez la luz del día y probé el llanto. Y hoy, 26 de febrero de 2012, mis lágrimas se han vuelto más saladas. 

miércoles, 22 de febrero de 2012

4.


Una sola vez he visto llorar a mi padre. Recuerdo aquel día claramente. Llovía con amabilidad y se podía observar al sol sumergirse en el horizonte. Mi hermano Adrian y yo nos mirábamos serios: Papá nos iba a castigar llegando a casa. Éramos conscientes de que habíamos cometido un error al pelear en donde la abuela, así que aceptamos nuestro destino cabizbajos y en silencio.

Estábamos arribando y empecé a escupir toda clase de disculpas que pudieran evitar lo que estaba a punto de suceder. Mamá me ordenó que guardara silencio. Tomé la mano de mi hermano y la apreté fuertemente. Bajamos del coche y entramos a la casa, el silencio se había llenado de ruidos. Nos bajamos los pantalones y nos pusimos contra la pared con dignidad. Papá propinó tres golpes a cada uno con su grueso cinturón café. Terminando se dirigió a la sala. Se cubrió la cara con las manos y dejó fluir el llanto. Lo miré perpleja y pensé en las palabras que mamá nos gritaba con frecuencia: los golpes me duelen más a mí que a ti. No la había comprendido hasta ese día.
Fui a sentarme junto a él. En cuanto sintió mi presencia secó sus ojos con el costado de su mano.

   ---Hija mía, hay algo que debes saber---susurró. ---Desde muy pequeño prometí que nunca tocaría a mis hijos.--- Volvió el rostro hacia mí y sentí que la calidez de sus grandes ojos negros me inundaba.

A continuación narró sus memorias. Entre otras cosas, contó que mi abuelo se embriagaba casi todas las noches con el dinero que le mandaba pedir a las calles. Y si no llevaba lo suficiente, su cara terminaba contra el asfalto. Casi al finalizar su relato, me dio la espalda y alzó su playera. Pude observar unas profundas cicatrices. Me explicó que eran a causa de una botella rota con la cual mi abuelo le había rasgado la espalda. En mi corazón nació un profundo deseo de aventarme a sus brazos y decirle cuánto me dolía que haya vivido experiencias tan turbias. Quería asegurarle que no era como su padre, que él era bueno y que yo lo quería.

El temor al rechazo me hizo prescindir de ese impulso. Papá nunca ha sido afectuoso y seguramente hubiera tomado esa muestra de cariño como una ofensa. Así que corrí rápidamente hacia mi recámara y cogí la vieja antología de Khalil Gibrán que reposaba sobre el escritorio. La hojeé desesperadamente hasta encontrar la sección de aforismos. Suspiré y bajé las escaleras con paso firme. Coloqué el libro abierto en las piernas de mi padre y le señalé un renglón específico. Se podía leer: “Del sufrimiento emergieron las almas más fuertes, los carácteres sólidos tienen cicatrices”. Pude ver una sonrisa disimulada en su rostro. Puso su mano sobre mi hombro y le dio un pequeño apretón. Le oí decir apenas con un hilo de voz que dejara el libro ahí y que me fuera a dormir. Obedecí inmediatamente y fui directo a la cama.

Entrada la noche, lo vi claramente cruzar por mi puerta y acercarse sigilosamente. Sentí sus labios en mi frente pero fingí estar dormida. No quería que supiera que me había dado cuenta de que su corazón era tan cálido como el más bello día de primavera.

miércoles, 15 de febrero de 2012

3.


No vales la pena como mujer. Eres demasiado delgada, sin chiste, pálida, dentona. Esas son las palabras que mi madre grita a través de la puerta. Me cubro los oídos fuertemente, aprieto los ojos y siento las pesadas lágrimas correr por mi rostro. Procuro no hacer ruido: No quiero que se entere de que me ha hecho llorar. Me prometí quitarle esa satisfacción desde hace muchos años. Ella me culpa de todo, desde haber nacido y arrebatarle su figura, hasta de haber perdido el amor de mi padre. Veo el rencor en sus ojos, el desprecio, las ganas de lastimarme.  

Debo confesar que un día le di una bofetada. Se encontraba en el suelo, ebria, amenazando con suicidarse, cuchillo en mano. Mi hermano y yo gritábamos que guardara la calma. Solo el golpe la hizo reaccionar. Me miró con un profundo vacío y se quedó dormida. Nunca hablamos al respecto, nunca hablamos de nada. Pero esto que pasó, jamás me lo ha reclamado.

Sé de una situación que nunca me va a perdonar. Durante mucho tiempo fui voluntaria en la sierra Chinantéca de Oaxaca, lugar hermoso con gente maravillosa pero con muy pocos recursos. Hay refresco de cola pero no hay teléfono. Y hace tres años, mientras me encontraba allá, mamá se enfermó y la operaron de emergencia. Regresé cuando ya se encontraba bien. Recuerdo que al entrar me recibió una taza de café volando sobre mi cabeza. ¡Ingrata, mala hija! La oí gritar. ¡Me operaron, estuve muy enferma y no te importó!

Me hubiera gustado estar con ella, pero no había nada que pudiera hacer. Estaba incomunicada. Mamá a cada oportunidad saca esto a colación. Sabe que me hace sentir mal no haber estado para cuidarla, como ella lo estuvo para mí en los malos días de infancia.
A pesar de todo, la quiero y procuro. Hoy en la madrugada fui a abrigarla porque hacía un frío intenso. Lo bueno es que su sueño es pesado y no se dio cuenta del gesto. De otro modo, me habría reclamado por despertarla.

Recuerdo que, unos años atrás, me sentía orgullosa de decir que ella era mi mejor amiga, que podía contarle todo, que nunca usaría los conocimientos que tenía sobre mí, para lastimarme.
Pero qué equivocada estaba. Quien más nos conoce es quien más daño puede hacernos. Precisamente por esto, sé que no me gusta formar lazos afectivos con otras personas. Me niego a ser usada y pisoteada solo por abrir mi corazón.

martes, 7 de febrero de 2012

2.


La sala está llena de hipocresía. Me he dado cuenta gracias a la insensibilidad que he adquirido últimamente. Además, las grandes coronas de flores y las lágrimas de remordimiento, han delatado a la familia. Se escucha la fuerte lluvia golpear en la ventana como olas en un acantilado, se puede beber el frío de la noche amargamente.  
No puedo creer que me encuentre en el funeral de mi abuela. Unos 10 años atrás los doctores nos habían hecho despedirnos de ella, argumentando que no estaría mucho tiempo con nosotros.  Y no fue hasta hoy, 29 de enero, que dio su última exhalación. Le sobreviven siete hijos, once nietos y cinco bisnietos. Lo siento mucho por mi tía Marisela, hija y esposa maltratada, madre de tres hijos. Ella estuvo ahí, sosteniendo la mano de su madre, mientras ésta perecía. Ahora se encuentra desconsolada.  También lo siento por mi padre. No hemos podido localizarlo y sé que la noticia lo desmoronará.
Trato de poner algún pretexto para no estar presente en los rezos. Nunca le he encontrado sentido a eso de pedir por el alma del finado. Solo tratan de buscar consuelo, por no haber disfrutado a la persona en vida.
Todo esto me ha puesto reflexiva. ¿Seguiré viva el día de mañana? ¿Qué es lo que he hecho hasta el día de hoy? ¿He disfrutado a mi familia como se debe?
Alguien tiene que hacer algo. No podemos seguir viviendo como desconocidos. ¿Pero por qué yo? Ellos decidieron alejarse, ellos decidieron no involucrarse. Mi madre desde que cumplí 15 años, pero mi  padre siempre ha sido distante. No recuerdo cuándo fue la última vez que hablamos, todo a causa de mis decisiones. No es mi culpa no haber seguido el camino que ellos esperaban. Mi alma y cuerpo nacieron para la danza. Ellos creen que he desperdiciado parte de mi vida, y si accedieran a escucharme, se darían cuenta de que esos años pasados me han hecho crecer.  
Algunos días, me apetece acercarme a ellos. Abrazarlos y decirles cuánto los he extrañado. Siempre hay algo que me detiene. Creo que es su apatía. Parece que se sienten bien estando alejados de mi hermano y yo. Así, cualquier error que cometamos no es su responsabilidad. Ellos saben que fueron buenos padres, al menos hasta que descubrieron que se detestaban mutuamente.
Tengo una amargura arraigada por estos años que no hemos compartido y por los que faltan que no compartiremos. Hasta que alguien vuelva a tener esperanza en la familia que una vez fuimos.