La sala está llena de hipocresía. Me he dado cuenta gracias
a la insensibilidad que he adquirido últimamente. Además, las grandes coronas de
flores y las lágrimas de remordimiento, han delatado a la familia. Se escucha
la fuerte lluvia golpear en la ventana como olas en un acantilado, se puede
beber el frío de la noche amargamente.
No puedo creer que me encuentre en el funeral de mi abuela.
Unos 10 años atrás los doctores nos habían hecho despedirnos de ella,
argumentando que no estaría mucho tiempo con nosotros. Y no fue hasta hoy, 29 de enero, que dio su
última exhalación. Le sobreviven siete hijos, once nietos y cinco bisnietos. Lo siento
mucho por mi tía Marisela, hija y esposa maltratada, madre de tres hijos. Ella estuvo ahí, sosteniendo la mano de su madre, mientras ésta perecía. Ahora se encuentra desconsolada. También lo siento por mi padre. No hemos
podido localizarlo y sé que la noticia lo desmoronará.
Trato de poner algún pretexto para no estar presente en los
rezos. Nunca le he encontrado sentido a eso de pedir por el alma del finado.
Solo tratan de buscar consuelo, por no haber disfrutado a la persona en vida.
Todo esto me ha puesto reflexiva. ¿Seguiré viva el día de
mañana? ¿Qué es lo que he hecho hasta el día de hoy? ¿He disfrutado a mi
familia como se debe?
Alguien tiene que hacer algo. No podemos seguir viviendo como
desconocidos. ¿Pero por qué yo? Ellos decidieron alejarse, ellos decidieron no
involucrarse. Mi madre desde que cumplí 15 años, pero mi padre siempre ha sido distante. No recuerdo
cuándo fue la última vez que hablamos, todo a causa de mis decisiones. No es
mi culpa no haber seguido el camino que ellos esperaban. Mi alma y cuerpo
nacieron para la danza. Ellos creen que he desperdiciado parte de mi vida, y si
accedieran a escucharme, se darían cuenta de que esos años pasados me han hecho
crecer.
Algunos días, me apetece acercarme a ellos. Abrazarlos y
decirles cuánto los he extrañado. Siempre hay algo que me detiene. Creo que es
su apatía. Parece que se sienten bien estando alejados de mi hermano y yo. Así, cualquier error que cometamos no es su responsabilidad. Ellos saben que fueron
buenos padres, al menos hasta que descubrieron que se detestaban mutuamente.
Tengo una amargura arraigada por estos años que no hemos
compartido y por los que faltan que no compartiremos. Hasta que alguien vuelva
a tener esperanza en la familia que una vez fuimos.
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