martes, 17 de abril de 2012

8.


Llegaste a mí sin avisar. Como llega la nocturna después de un largo día, como la muerte llega al hombre, como vuelve el agua al mar... Así, inevitablemente entraste a mi vida.

Estaba entre desconocidos, lejana, fugaz, y amablemente me hiciste compañía. Te miraba y me mirabas, hacía calor. Luego me fui como se va el amante desilusionado: sin indicios de volver. (Es que debía ocultar que ya había imaginado como sería pasar mis manos por tu cabellera).

Después de una noche de dar vueltas sobre la cama, enmarañando las sabanas, decidí buscarte. Como quien busca a la deidad añorando sanación, así, esperanzada, aguardé nuestro encuentro.

Estando frente a ti nuevamente, me di cuenta  de que hacía ya un tiempo que no fluía tan bien, a cada palabra y gesto, a cada aliento y roce, a cada momento, aunque parezca increíble, fui creando recuerdos.

Si dicen que me fui rápido, está bien. Si dicen que debí ser cautelosa, me da igual. Que digan que no debí sentir cuando te acercaste, y tus labios y los míos amigablemente se conocieron, no lo toleraré. Era mi momento, aquel que había estado esperando. Lo opuesto al día del derrumbe. Había llegado la hora de construir.

Pero pasaron los días y, como mueren las estaciones cada año, como el infante pierde su inocencia, como vienen de la mano la avaricia y el dinero, así también: inevitablemente, te fuiste.

Es triste que dos personas que se encuentran, se desencuentren a la brevedad. A la más mínima brisa empiezan a tiritar, a ceder al olvido. Es sorprendente que dejen que la ceguera y las dudas se interpongan, destruyendo aquello que aún no iniciaba. Y es caciquismo haber guardado silencio, permitiendo que uno construyera, mientras el otro estaba derrumbando.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentario constructivo: